Pedro Avendaño Garcés

Migración de la Infamia

Miro a mi hijo Octavio que duerme tranquilamente en su cuna. Al alcance el biberón, la leche, el agua, la ropa y los pañales. Mis manos como las de su madre y los abuelos y los hermanos y toda la familia y los amigos están lista apara acogerlo si no estuviéramos. Mientras él duerme y yo preparo el biberón otros niños navegan a la deriva por los océanos del mundo, no hay leche, no hay agua, no hay cuna o ropa seca, solo la inmensidad del agua salada y una esperanza que se ahoga en la playa porque casi nadie está dispuesto a recibir a esas familias. Sus naciones se desangran en la guerra, en la miseria, en la exclusión. Miles vagan por las fronteras esperando cruzar a Quién sabe dónde; simplemente escapar, irse, perderse en los otros mundos porque la Patria, la casa, el Estado o el barrio dejaron de existir. Mi hijo duerme en esta parte del mundo y allá un policía rescata el cuerpo yerto de un niñito de 3 años, de sus hermanos y primos. Muertos en pleno siglo XXI, en medio de los avances de la ciencia y de la tecnología, a medio camino de las Bolsas de Comercio y de las transnacionales del libre comercio, el dinero puede cruzar fronteras, las personas no. Aylan Kurdi ya no es de este mundo, se fue con sus tres años a cuesta sin ver el sol del Mediterráneo o las casas blancas de la Costa Azul. Y aquí nos quedamos nosotros con un nudo en la garganta llorando la impotencia, pateando las piedras de las calles y de las plazas que tampoco son nuestras porque alguien ya reglamentó cómo los enamorados podían o no besarse en ellas. Siempre escucho que los niños son el tesoro de la humanidad y que en las nuevas generaciones depositamos todo lo bueno que puede contener el espíritu humano, pero Aylan Krudi se murió ahogado no sólo por el agua salada del mar, sino por la indolencia de un mundo que se acostumbró a competir en vez de inaugurar la solidaridad como rector del bien común. Tal vez la sal de mar esté ahora limpiando las heridas que no fuimos capaces de curar con sentido humano. En el otro extremo del planeta, anoche -en el noticiero- informaron que encontraron a un bebé que era alimentado por una perra de la calle que se compadeció del niño. Se sabe que hace casi dos meses el único alimento que recibió fue la leche de esa perra que tuvo más humanidad que los mismos humanos, es decir todos nosotros. La madre fue apresada, el gobierno se apresuró a restablecer los derechos del bebé y lo envió a un organismo público que en el transcurso de los años nunca ha probado que tiene mejor intención que la perra que alimentó al pequeño. Ese niño viene de una familia de inmigrantes, de parias, de desplazados, de los sin papeles…La leche de la perra borraba las huellas de una sociedad deshumanizada, falta de corazón y rebosante de tecnología, aprendizaje y ropas. Estoy viejo y se me caen las lágrimas cuando regreso con perversa obsesión a mirar la foto de  Nilüfer Demir, veo los pies inertes y los pequeños zapatos mojados y las historias no contadas por tantos millones de seres humanos que esperan del mundo una oportunidad para sobrevivir. ¿Cuánto cuesta sobrevivir con dignidad?; ¿Cuántos Aylan ya no están o andan por ahí? Es notable lo que pasó en Islandia cuando la gente salió a las calles para decir que recibirían a refugiados en sus casas; es cierto que hay brotes de humanidad, pero eso no reemplaza la crudeza de un mundo construido sobre le imperio del dinero y el dominio de la racionalidad positivista de una ciencia al servicio de los poderosos de siempre. Todos de alguna manera ahogamos Aylan Krudi y todos podemos lavar sus heridas con agua dulce, aunque su nombre no se borrará de las playas en que su cuerpo pequeño fuera rescatado. Giro la cabeza y me veo como profesor y me pregunto, frente a tanta indignidad qué le enseño a mis estudiantes, qué le digo de la ciencia, qué le digo a un paralítico, a un sordo, a un cojo o uno de capacidades diferentes. Les digo que los normales mataron al niñito de Siria y que los anormales estarán a buen recaudo o ellos ¿No son también parias danzantes, mendigos de una oportunidad? Veo a los profesores en la ortodoxia de la tontera, en la rigidez del concepto y en la tautología de los argumentos que lo único que hacen es lavarle las propias consciencias. Seguramente la muerte del niño no será materia de comentario en las clases y pasado un tiempo todo se olvidará…Miro a  mi hijo Octavio duerme y espero que sueñe con un mundo nuevo como sus manos o a lo menos ayude a construir aquello que nosotros dejamos trizado.

Septiembre del 2015.

Pedro Avendaño es miembro de la Dirección de la UiTC y vice rector de la Metro en Ecuador.

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